El cerebro destina aproximadamente el 25% de su actividad y más de 30 áreas distintas para la percepción visual. El cerebro visual no retrata la realidad como una máquina de fotos, sino que le otorga un significado a las imágenes (tanto en forma consciente como inconsciente). El ojo captura información incompleta del mundo externo a partir de una imagen que no es cien por cien fidedigna: retiene lo más importante y descarta los detalles más triviales. El cerebro es, en realidad, el órgano que le da sentido a esta información.

El proceso de percepción, no solo para la visión, sino para todos los sentidos, se lleva a cabo de manera organizada y jerárquica: cada sistema pasa por distintas “estaciones” en el cerebro de donde se extraen diversos patrones de información imprescindibles para poder percibir el mundo que nos rodea y, a medida que esta pasa de una estación a la siguiente, se hace más compleja.
Todo comienza en el nivel de los receptores sensoriales. La retina se encuentra en la parte posterior del ojo y contiene células especializadas denominadas “fotorreceptores” que perciben variaciones en la luz y convierten la energía óptica en energía eléctrica. La información converge finalmente en el nervio óptico, que es el encargado de enviarla, a través de varias áreas cerebrales, hacia la llamada “corteza visual primaria”, en el lóbulo occipital. En esta parte del cerebro, la información se hace más compleja: el procesamiento secuencial por distintas porciones de la corteza visual extraerá datos sobre el movimiento, los tonos del color, el brillo, la existencia de ángulos puntiagudos o redondeados, etc. Por ejemplo, algunas células responden a líneas en direcciones determinadas: las que responden a las líneas verticales no se activan frente a líneas en otras direcciones. Existen circuitos que nos dan información del dónde (permiten así localizar objetos en el espacio) y otros sobre el qué (aportan datos sobre la forma y las características de los objetos para poder identificarlos).
La percepción de rostros es un caso particular ya que existen estructuras cerebrales específicas dedicadas a este proceso más allá de las áreas destinadas a la percepción visual en general. Toda esta especialización permite que obtengamos detalles muy complejos del contexto.
La corteza visual también puede activarse en ausencia de visión. Si uno cierra los ojos y piensa en una imagen, esta responde en forma similar a cuando uno efectivamente la está percibiendo. Asimismo, diversos estudios han demostrado que la corteza visual se activa cuando los ciegos leen con el sistema braille. Durante una alucinación (percepción de un estímulo que en realidad no existe), las áreas cerebrales funcionan como si hubiera un estímulo, y esto es lo que hace que parezcan tan reales y vividas. Las ilusiones ópticas, es decir, la distorsión de nuestra percepción, muchas veces resultan de inferencias que hace nuestro cerebro para rellenar espacios de información que no logró extraer del mundo exterior.
Existen período críticos, principalmente hasta los 3 o 4 años, en los que se produce la mayor organización de las redes neuronales visuales. Antiguamente se creía que si uno tenía estimulación visual antes de este período crítico, ya no podía recuperarse la capacidad visual. Hoy sabemos que la plasticidad cerebral permite compensar algunos déficits iniciales.
La actividad cerebral que crea una percepción del mundo visual al traducir patrones de luz y colores en objetos y acontecimientos es, quizás, uno de los actos creativos más sofisticados. Por eso, más que del cristal, todo parece depender del cerebro que interpreta lo que se mira.
(Facundo Manes y Mateo Niro. Usar el cerebro. Editorial Paidós. Barcelona. 2015)